jueves, 27 de agosto de 2009

Culer vs George

En la última entrada del mes de George, alguien entra para robarse la película: Culer, quien tiene muchas anécdotas en su vida que aun no han sido contadas. Esta no es una de ellas. Disfruten, y no toquen el timbre si no están seguros de la dirección::::::::::::::::::

Culer se dedicó a pensar un rato después de tomar la once. Y se dió cuenta de que no tenía enemigos puntuales, no habían doctores desquiciados ni ladrones poseídos por algún químico. Todo parecía muy común y se perdía la dinámica típica del súperheroe, que tiene que arriesgar su vida a cada momento y estar a punto de caer al ácido una vez por semana. Por esta situación angustiante salió a caminar a la calle, a ver si podía ayudar a alguien: algún niño que lo molesten en la escuela o alguna señora estresada por no llegar a fin de mes. Solamente encontró un perro, que lo siguió, olfateando sus pies. Era café, con las orejas negras y de porte mediano.
Después de una hora caminando lo invitó a pasar. El perro y Culer pasaban la fría tarde invernal al lado de una estufa y se contaban cuentos de Aghata Ruiz de la Prada, independiente de si ésta haya escrito alguno.
Tres días después, Culer paseando con su nueva máscota, se encontraron con dos perros más, que eran amigos del café y querían ir a pasarla bien a la casa de Culer. Él accedió con gusto, y los tres animales caminaron alegremente al hogar, para pasar un buen rato con pelets y jugo de piña.
Culer se veía a gusto después de estos acontecimientos. Andaba relajado por ahí y ayudaba con más placer a los detectives y sacerdotes, para solucionar los problemas que aquejaba la gente. Y por la tarde jugaba con Café y una pelota e invitaba a los perros del barrio a chutear y morder cosas. En sólo dos semanas ya tenía más de ocho perros viviendo en su hogar, y parecía que mientras más perros eran, mejor se sentía. Fueron el hijo que nunca tuvo, el gato que no supo cuidar o las plantas que olvidó regar. Todos estaban encarnados en esos perros que hacían que su casa se llenara de vida.
Un diario tituló: "DESAPARECIERON PERROS DE UN BARRIO DE LA CAPITAL" "se investiga posible matanza de fuerzas policiales para evitar contagio de caca maligna".
Culer sabía lo que pasaba y fue a corroborar la información al periódico que malinformó lo sucedido. Al salir de su casa se encontró con un perro que escarbaba entre la basura para encontrar comida. El pobre estaba en los huesos. Culer le enseñó el camino a su casa, para que entrara en ella y solucionara sus problemas, pero George se negó. Sí, el perro hambriento era George, el perro rosado, que se quedó sin amigos luego que Culer los trasladara todos a su casa. George pensaba: "Que me voy a estar dejando domesticar por una custión que ni siquiera es humano, con comida mala y caca barrida con palita. La calle es donde yo vivo y estoy bien aquí"
Lamentablemente para George, su ego era más fuerte que su hambre y no cedió al tentador festín de huesos que se realizaba en la casa del frente, donde sus amigos se divertían y Culer volvía de hacer trámites. Antes de entrar a la casa, Culer se sienta al lado del perro rosado y le habla: "¿Qué pasa? ¿Por qué no vienes a comer comida de verdad y no sufrir rompiendo bolsas de basura? Si tus amigos están dentro, deberías estar con ellos ¿Son amigos tuyos, cierto?" George no creía de que la cosa que le hablaba fuera de confianza, pero le quedó en mente el problema de los amigos, dudando de tal clasificación, ya que nunca lo acompañaron en sus andanzas políticas. Luego dedujo que no eran amigos suyos, así que debía mudarse a otros barrios, hacer nuevos amigos y tener una vida de perros real, independiente de alguna domesticación. Quería hacerle saber eso a Culer, pero no encontraba como: "Guau guau guau", dijo, pero parece que no servía. Culer fue a su casa y volvió con comida para George, y se la dejó ahí, para que comiera, pero éste meó dentro del plato y dejó la comida inutilizable "¿Qué diablos te pasa? mal agradecido" dijo Culer, marchándose acto seguido. Después George se fue a otra parte de la ciudad, olvidando a sus "amigos".
Culer meditó un tiempo, se dio cuenta de lo sucedido y pensó: "No pude cambiar su postura. Me ganó".

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