miércoles, 28 de abril de 2010

Los bolivianos

Si me encuentro con el rusio le voy a dar las gracias. Si ustedes se topan con el rusio le dicen hola, luego le explican la situación relacionada con el blog, y luego le dan las gracias. Así como para contextualizar la conversación.
Aquí va lo que importa, la bibley según el rusio::::::::::::::::::::::::::::::::

¿Los bolivianos? "Son gente linda, un pueblo de verdad especial. No te lo imaginas.” Le diré eso porque la encuentro linda, de verdad, especial. Tiene algo. Me gusta cómo logra que su ropa tenga un aspecto artesanal tan industrialmente acabado. Igual que su maquillaje. Me gusta su voz entusiasta y la distancia, tan ingenua como exigua, que escogió para separar mi nefasta cercanía de su centro de gravedad. Debe ser una idealista y una soñadora moderada en las mañanas, igual que yo. Más que eso no sé, pero puedo apostar que su película favorita incluye a alguna clase de Che Guevara dentro del reparto y que ama la idea de verse a ella viajando más que el-viajar-en-sí. Claro, desde que arrendó la película Into the Wild (seguro que la arrendó, y está fanática) que espera el momento justo y a las personas indicadas para ir a fundir su existencia con el universo y volver a Santiago con la boca llena de historias fascinantes sobre animales exóticos, paisajes conmovedores y alguna droga-medicina turísticamente aceptada por el resto del mundo. Volver con el aura renovada y que alguna amiga le diga galla qué te pasó que te creció el espíritu. La idea de volver es siempre romántica si se la compara con el no haber partido nunca.

Me imagino que sueña con llenar su bitácora de viaje (que en ningún caso es igual a su diario de vida, aunque el cuaderno sea el mismo) con coloridas anécdotas de los mercados, reflexiones trascendentales sobre el misticismo y toda clase de citas a autores ad-hoc. Escribirá en éste cada noche, devota de la idea de jugar a ser reportera del National Geographic. Supongo que cuando vuelva, repletará su facebook (y el de todos nosotros) con fotografías de ella y sus amigas volando en perfecta sincronía a unos treinta centímetros del suelo, y con otras fotos, más del estilo Unicef, en las que saldrá radiante, compartiendo su alegría con los niños del lugar.

Supongo entonces que aquella pregunta por los bolivianos deja la pelota en un territorio dentro de cuyos límites me siento del todo cómodo. Le contaré mi historia sobre Bolivia y su gente. Le diré que partí el viaje solo y a dedo desde la esquina de mi casa, lo cual no es estrictamente cierto ya que mi casa no queda tan cerca del terminal de buses de La Paz. Ella me escuchará de ahí en adelante con suficiente interés, esbozando una suave sonrisa cuando me haga el-ridículo-tierno y le cuente que durante todo el viaje llevé una olla de lata colgando de la mochila, la misma que en más de una ocasión me sirvió como tambor en tal o cual plaza boliviana.. Seguiré hablando. Una tensión repentina y vibrante se instalará por algunos segundos como un fantasma sobre sus labios cuando le cuente que mi bus se cayó transitando por el camino más peligroso del mundo, la misma tensión que se difumará en un suspiro cuando le confiese que caímos del lado correcto del camino, sobre la ladera, y que solo fue necesario usar un par de palas y tirar el viejo bus con una cuerda, entre las gallinas, las viejitas forradas en aguayos y uno que otro entusiasta israelita sacando fotos en calidad baja. Sonreirá de nuevo y me llamará tonto. Tarde o temprano me preguntará algo así como qué es lo que más te marcó del viaje, o bien qué fue lo que aprendiste estando solo en un país como Bolivia. Yo antepondré cuidadosamente a mi respuesta el prefijo uffffff, haciéndole ver lo inabarcable de su pregunta, me tomaré el pelo y luego le diré que al estar solo (le diré que en realidad, fueron pocos los días en los que estuve realmente solo porque tuve la bendición de conocer los compañeros de viaje más multiculturales que pueda imaginar) uno se dispone de la mejor manera para conocer a las otras personas, quienes de otro modo pasarían desapercibidas entre tanto tan interesante que sucede alrededor. Y que la gente que uno conoce o no conoce, es por lejos el elemento crucial de un viaje. Inventaré a la pasada un cliché asqueroso como “compartir con el que viene del otro lado del mundo y ve las cosas al revés que uno, acaba con dos personas que son ahora más capaces de querer al otro.” Me brillarán los ojos, los que estarán imperceptiblemente cubiertos como por una helada al finalizar estas palabras. Le diré al fin que la selva te marca y le mostraré el ambiguo tatuaje de un árbol que hace años dibujó en mi espalda un drogadicto del Portal Lyon.

Una mueca extraña y novedosa se dibujará en su boca, por un instante ya no linda ni tersa, sino torcida e inquisidora. Ella mentirá qué bonito y yo me excusaré, relativamente desesperado, con que fue un regalo que por buena educación no podía rechazar, y que en realidad no es tan terrible, porque como está en la espalda, no lo veo nunca y casi no me acuerdo de que lo llevo ahí para siempre. Un prolongado silencio de tres segundos agravará la situación. Pareceré un imbécil y en efecto, ella pensará que soy un imbécil por aceptar que un compañero de viaje, es decir, un absoluto desconocido me “regale” un tatuaje que me cubre media espalda, o pensará que bien soy un mentiroso, nada de lo cual es estrictamente falso por las razones que a esta altura ya no estimo necesario explicitar.

Continuaré con las excusas y los tropezones mientras lanzo furtivas (y cada vez más frecuentes) miradas a la salida. Ella lo notará y me preguntará si me pasa algo. Yo le responderé no nada que en realidad estoy esperando a alguien, pero que todavía no ha llegado. Que no se preocupe, que todo va bien. Me mirará como se mira a un moribundo. Otro demoledor silencio de tres segundos me obligará a pedirle que me cuente algo más de ella, así, textual. Estaré acabado… El tercero de tres segundos, no sabré manejarlo y entonces, mientras me descompenso, aprovecharé de decirle que tiene las tetas caídas. Le diré que una le llega hasta mucho más abajo que la otra. No le diré cuál. Supongo que en aquel instante un pololo enorme saldrá de su morral de lana made-in-china con la idea fija de masacrarme. Entonces me acordaré convenientemente de su pregunta inicial y le responderé con un “¿Los bolivianos? Son gente jodida, un pueblo difícil.” Eso le diré, porque debe ser una hija de puta, igual que yo. Más que eso no sé.

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